El Ojo de Dios
No importa donde huyas, no importa donde estés
CUENTOSSUEÑOS Y PESADILLAS
Bliss era un niño algo ido que buscaba algo en su vida, una novia, una vida, y mucho dinero. Se podría decir que Bliss era un niño adelantado, puesto que conoció la pornografía a los 8 años, una edad demasiado pronta para cualquier psicólogo que visitaba. Pese a esto, Bliss era bastante retraído, no le gustaba llamar la atención en lo absoluto.
Por años, Bliss evito llamar la atención, su estilo de vida consistía en ir a la escuela, volver a casa, y hacer tareas, odiaba que la gente hiciera ideas de él o pensara mucho en él. Fue en secundaria, cuando la psicóloga de la escuela lo llamo a la oficina y le dijo que era uno de los chicos más odiados de su grado.
El joven Bliss enloqueció, había una prueba que tomo la psicóloga semanas atrás, donde los alumnos ponían los nombres de los que se llevarían a un aula como compañeros y a los que no, Bliss aparecía en el 90% de las respuestas de los que no se llevarían.
Bliss enloqueció, desde entonces, empezó a desesperarse, siempre se sentía observado y siguió así incluso cuando cambio de escuela, era un ser odiado, era como si estuviera maldito.
Pese a ello, Bliss consiguió una enamorada en cuarto de media, una chica que luego bautizaría posteriormente como la princesa de los huracanes. Fue su primera y más lamentable relación, pese a todo el tiempo que estuvieron juntos, Bliss entendió que aquella chica lo llevaría al fracaso, que sus sueños se destruirían, fue poco después de haber terminado la escuela cuando término con ella, nunca pudo olvidar su mirada. Esa mirada de: "te odio tanto por haberme amado".
La vida de Bliss siguió, la humanidad había avanzado, pero fue entonces que Bliss empezó a sentir la presencia de algo peor, de algo que no era humano observándolo. Un día Bliss andaba por la calle y lo vio a través de su celular, un enorme ojo rojo similar al de su exnovia observándolo desde el cielo. Bliss enloqueció nuevamente, y fue allí que lo entendió...
Lo que sigue es recopilatorio de algunas cosas que le pasaron a Bliss y a mi persona en los siguientes años. Aunque Bliss era muy amigo mío, empezó a encerrarse en casa, no volvió a mirar el cielo, él me comentaba que toda su desdicha, la cual resumí escuetamente en esta historia, era juicio divino por haber llegado a la pornografía a tan corta edad.
Aunque tratamos de aislar más causas, y que pese a la larga rehabilitación con psicólogos y psiquiatras esta vez más eficientes que la desgracia humana que le dice a un niño de primero de secundaria que era el ser más odiado por sus conocidos, Bliss nunca dejo de sentir que el ojo estaba a sus espaldas, pero aprendió a vivir con ello.
Luego de más de 6 años nos volvimos a ver, pese de perder el contacto unos años antes de pandemia, nos encontramos en un centro comercial cerca a mi casa por accidente. Bliss había enflaquecido bastante, y me dijo que el ojo en sí no estaba en el cielo, sino que estaba detrás de su cabeza.
Sea o no juicio divino o no, quizá se deba a más detalles personales de Bliss que lo llevaron a experiencias cercanas a la muerte en la primaria. Aunque en ese entonces solo a un joven Bliss solo le causaban fobias menores y comunes, posteriormente lo llevo a terror hacia la realidad cuando ingresamos cada uno a su respectiva universidad, y en fortaleza mental en nuestro encuentro.
Bliss se había hundido en la piscina de la escuela en primaria, casi se ahogó, fue bulleado en la secundaria, sufrido el divorcio de sus padres en su infancia, y un montón de cosas de todos los calibres. Pese a eso fue bueno verlo de nuevo. Quizá Bliss en un nombre apropiado, puesto que Bliss es real, pero incluí sucesos de mi vida para anonimizarlo lo más posible, además de que Bliss es mi alias en otras historias, el Bliss del que hablo aquí es otra persona.
Aun pese a todo, Bliss se volvió fuerte, consiguió un trabajo en su universidad, y luego de un montón de apodos puestos por sus compañeros, decidí apodarlo tambor, porque su nombre original tiene un sonido como un pequeño tambor. Además de que puede que sea mi único amigo que me queda de mi etapa escolar, y me encanta ponerle apodos a las personas que aprecio.
Tambor y yo nos juntamos para hablar de lo horrible de nuestros trabajos y de cosas raras de estar vivo cada dos fines de semana, no tomamos, ni cafe ni alcohol. Solo salimos a caminar y a hundirnos en esa vieja amistad que ninguno de los dos pudo disfrutar por culpa de terceros.
Para Tambor

